.el abc de la estupidez (publicado el 1º de marzo del 2016) es un texto sumamente inútil e inservible. Podría no existir y eso no afectaría el curso de la historia humana; o bien, podría sí existir y eso afectaría mucho menos. Como hablara Joaquín Mortiz del libro Movimiento perpetuo de Augusto Monterroso, éste es “uno de los pocos libros declaradamente prescindibles de todos los tiempos”.

Puede leer y descargar el texto totalmente gratis en el siguiente link: .el abc de la estupidez

P L A G I O S es el texto que sucede a .el abc de la estupidez y fue publicado el 29 de septiembre del año 128 d. H. (después de Hitler). Este texto es un himno, un homenaje, a los grandes autores pilares tanto de mi lectura ―y, por consiguiente, de mi escritura― como de mi ideología literaria. ¡Gloria y loor a mis maestros! Aunque no estoy a la altura de tan brillantes hombres, siempre puedo rendirles tributo y gratificación. ¿Y qué mejor forma de hacerlo que un gran cínico y descarado plagio?

Lea, descargue y plagie este texto en el siguiente link: P L A G I O S

HuMoRaLeJaS . . .(publicado en 2018) está más bueno, aunque también más inútil y menos simple. Este texto da evidencia del talento evolutivo humano para hacer complejas maravillas a partir de los absurdos más huecos. Si ya leyó los dos primeros libros, no lea éste; si no los ha leído, tampoco.

Link para leer y descargar el texto (aunque siempre puede ignorarlo a voluntad): HuMoRaLeJaS

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September 25, 2016

Describe tu suerte // Describing exercise

(Clasificación A // Rated A)

Un humano más... o menos, qué sé yo. Lo bueno, lo malo, lo correcto, lo moral, lo divertido, lo útil, lo inútil. Una parte de los todos, muchas partes de los nadas. Sólo uno.
          Sin apariencia, sin existencia.
          Sin personalidad, sin persona.
         Búscame. Búscalo. Búscate. Búscanos. Busca... Rebusca. Nada es cierto, nunca lo es. Lo sabes, lo vives, lo sufres. La verdad existe, mas no para ti, ni para mí, ni para nosotros, sólo para ellos. Ellos tienen la verdad. Nosotros tenemos lo demás.

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Just one more human in the world and, at the same time, just one less. Good stuff, bad stuff, sometimes nice, some other times mean. Just as everybody else. If you are looking for the truth, be careful with what you can find out!
          On the one hand, regarding the appearance, there is non.
      On the other hand, regarding personality, dressed in an intelligent sympathetic profile. Never rude. Never sad. Never fool. Never mad. Never angry. Never disappointing... Never. By the way, every human being has their hidden monster somewhere on the inside. A Mr. Hyde. A Sandy Claws. A Harvey Dent. Fortunately, that is just the truth and no one ever knows the truth.

September 13, 2016

Amor: el divorcio de un signo lingüístico

(Clasificación C // Rated C)

Bien sé que los amantes invocarán todos los casos de excepción,
pero la estadística es cruel: refuta nuestra poesía.
Rougemont, 1979

En el siglo XXI, el amor parece un concepto tan complejo y de magnánimo valor que resulta complicado y difícil de comprender. Tratar de definirlo sería una tarea muy exhaustiva e incluso hasta imposible de concretar. La principal causa de esto es, quizá, la historia tan inexplorada de este concepto y la estructura tan desconocida de su estado actual. Evidentemente, la segunda es —para algunos trivialistas— más interesante aunque también más improbable de conocer; mientras que la primera, por ser histórica y estar documentada, es más fácil de estudiar y, por ende, está más a nuestro alcance.
          Los griegos, por ejemplo, entendían el amor de una manera tan peculiar y tan concisa que la generación del millenium no logra comprender. Generalmente, creemos —más por ingenuidad que por malinterpretación— que todo el amor griego era ‘amor platónico’, que no hubo otras teorías anteriores o posteriores a dicha filosofía. Desprestigiamos, así, los más de quinientos años anteriores a Arístocles de Atenas. Peor aún, la mayoría ni siquiera sabemos con exactitud a qué se refiere el filósofo cuando en El Banquete describe el amor con las palabras pasión, cariño y amistad.
            Para los griegos, el amor no era —como lo es para nosotros— un concepto, sino un fin; el fin último de cada individuo, mediante el cual llegarían a la (auto)realización plena como seres humanos. No en vano la exaltación rotunda de Afrodita y las constantes alabanzas a Eros. Desde Philia hasta Agápē el amor es la perfección total de un individuo con relación a otro ser, ya sea humano o deífico; es decir, la perfecta concreción individualista que permite la interrelación.
        Por otra parte, dando un salto muy atrevido, la civilización medieval construyó su propia definición de este vocablo; ésta era un tanto diferente aunque no muy alejada a la que tenían los griegos. Las posturas del medievo ante el amor eran muy variadas y numerosas, no obstante, es más fácil clasificarlas dentro de un sólo bloque: el amor cortés.
            Durante este período de caballería, el amor no era más finalidad que honor. A diferencia de los griegos, los caballeros de la Edad Media entendían el amor más como deber que como placer, pues éste último lo obtendrían —en consecuencia y recompensa— a través del cumplimiento de su deber. Ésta era una lógica muy simple, tan simple que no la podemos comprender; cuestionamos los objetivos y los términos de dicho fallo, olvidando su premisa inicial: la cortesía como base del amor.
      En general, se descartó el amor filial e incluso el amor cristiano —aunque con ciertas excepciones, sobre todo, en la fase temprana de esta época. Así pues, toda relación interpersonal se basaba en el respeto, la amistad, la amabilidad, el acatamiento, y demás cualidades humanas —acaso sentimientos y valores— tanto positivas como negativas; sin embargo, ninguna estaba regida por el amor, éste era exclusivo para las relaciones pasionales entre hombre y mujer.
          Esta última sentencia se acerca mucho a la concepción que siglos más tarde construirían los románticos, al determinar —con cierto enfoque fatalista— que el amor verdadero se refiere al amor pasional, y que éste no se satisface sino con sacrificio y sufrimiento. No obstante, es evidente que este nuevo amor no es una extensión de la caballería, sino una mejora de ella.
           En primera instancia, pareciera que el amor cortés y el amor romántico fuesen similares, ya que comparten el principio de limitación pasional. Empero, para el romántico, la realización del amor no es un deber ni un honor; es, por el contrario, un privilegio. El medievo califica al amor como el comienzo del éxtasis; mientras que el Romanticismo lo declara su decadencia.
         Desatinadamente, reputamos que los románticos son trágicos y funestos, que les apasiona el amor imposible, que prefieren la prohibición de sus romances a su liberación, que incansablemente persiguen el amor con intenciones nulas de alcanzarlo. Lo que es más —y aún peor—, hemos asignado a Shakespeare la tarea de explicarnos por qué, para los Románticos, “el momento de la muerte es como el pellizco de los amantes, tan doloroso y tan deseado.” (Shakespeare, 1606, Antony and Cleopatra: Acto 5, escena 2). Creemos, entonces, que es el dolor en sí y no el amor propiamente lo que define su concepto de amor. Esto no es menos que una equivocación fatal.
         Lo que nos es tan difícil de comprender es que, en el Romanticismo, la culminación del amor no era un evento aislado —ya el matrimonio, la copulación, o el beso decisivo al final de la aventura—, sino un proceso integral y progresivo. Por ello, entre más dificultades encontraran para obtenerlo, más valor cualitativo tendría. Es decir, la cantidad de sufrimiento que pudieran soportar era equivalente a la calidad de placer que podrían disfrutar. Así, la constante presencia de un dolor inexorable aseguraba la promesa de un amor interminable.

Hemos hablado ya del Imperio Griego, de la Edad Media y del Romanticismo; sin embargo, podríamos seguir nuestro recorrido histórico por la Dinastía China, el Imperio Egipcio, el Imperio Maya, el Renacimiento, el Barroco. En fin, la lista de civilizaciones es extensa, y cada cultura en diferente tiempo y geografía posee una conceptualización propia del amor —en algunos casos, un equivalente o una aproximación a este concepto. Lo cierto es que ninguna subsiste en nuestra percepción de dicho vocablo; nos es tan ajeno ese amor antepasado que algunas veces los llamamos sabios y otras tantas los juzgamos de arcaicos —refiriéndonos a su amplia o limitada capacidad de razonamiento y conceptualización en que los tenemos.
       Otra certeza, acaso imposición infausta más no suposición precoz, es la persistencia de sus relaciones y la seguridad con que éstas se presentaban. Todos ellos claramente comprendían —cada quien a su estilo— lo que era el amor y lo que éste representaba; sabían que conseguirlo era un proceso muy complejo de acciones y actitudes, sabían en qué consistía dicho proceso; estaban convencidos de que era posible encumbrar el amor y, aún más, conocían los medios para lograrlo. Contrario a esta postura, nosotros concebimos el amor más como una idea que como un proceso, nos parece un estado humano inalcanzable, no sabemos dónde está ni en qué consiste, no sabemos siquiera dónde buscarlo o cómo describirlo, y —para nuestro colmo— ni siquiera sabemos si en realidad existe.
          Consecuentemente, la causa de que nuestras relaciones sean tan deficientes y ‘abiertas' no es el exceso extravagante de tolerancia y respeto ni nuestra mala interpretación de la libertad sexual ni la evolución de nuestras pasiones y amplitud de nuestros fetiches, sino el olvido en que tenemos al amor y la incomprensión de un concepto actual para este vocablo, provocado gracias a la falta de significado que nos produce escuchar tal palabra. Ésta es, para la generación del milenio, una palabra tan compleja y enigmática que se vuelve imposible de descifrar. Es un signo tan vacío de significación que, para evitar comprenderlo, le restamos toda importancia inter e intrapersonal.
         Aunado a esto, la inclusión de nuevos valores a nuestra vida moral, tales como la igualdad de género —la cual es, más que una fusión, una confusión del papel que juegan las parejas en la relación—, el feminismo, la abstinencia matrimonial, la homosexualidad, la bisexualidad, (la trisexualidad, transexualidad y demás sexualidades emergentes), el cambio e intercambio de roles entre hombres y mujeres han provocado que encontrar una pareja y mantener una relación sean ejercicios cada vez más exigentes y difíciles de concretar. Es decir, se vuelve más complicado el proceso de concordancia entre individuos y, por consiguiente, es más difícil alcanzar la estabilidad y perduración de las relaciones.
        Esto ha ocasionado una transformación abrupta de nuestros métodos y procesos de interrelación, razón por la cual todos nosotros (hombres y mujeres nacidos a partir de 1980 en adelante) establecemos relaciones sin enamorarnos; tenemos sexo sin involucrar sentimientos, formamos acuerdos por conveniencia, cuestionamos el matrimonio y hacemos matrimonios sin fundamento, proponemos matrimonios morganáticos, profesamos el noviazgo poligámico, creamos relaciones abiertas y libres —es decir, sin sentido ni responsabilidad—, consideramos las segundas oportunidades, inventamos el divorcio, nos tornamos individualistas, egoístas y traidores. De una u otra forma, en mayor o menor medida, todos somos, como dijera Rougemont en El amor y Occidente, “malcasados, decepcionados, sublevados, exaltados o cínicos, infieles o engañados: de hecho o en sueños, en el remordimiento o en el temor, en el placer de la sublevación o en la ansiedad de la tentación, hay pocos hombres que no se reconozcan en al menos una de estas categorías.”
           Luego, entonces, considerando la estructura de nuestras relaciones, el amor acaba siendo un elemento innecesario en nuestro desarrollo interpersonal; le restamos toda importancia y creemos no necesitarlo para entablar nuestras relaciones: ya no lo necesitamos para casarnos o juntarnos ni lo necesitamos para intimar con nuestra pareja, no lo necesitamos para tener sexo ni lo necesitamos para soportar dormir en la misma cama que otro individuo, ya no lo necesitamos para vivir con alguien durante más de cuarenta años ni lo necesitamos para disfrutar los inmensos placeres que nos ofrece la vida, aún más, no lo necesitamos —en absoluto— para vivir.
           En suma, no tenemos un concepto establecido de qué es el amor y no poseemos una noción real de lo que esto implica, tampoco sabemos cómo generarlo o dónde buscarlo y ni siquiera tenemos la necesidad de hacerlo. Por ello, lo único que podemos hacer es idealizarlo, creer en él o descreerle, imaginar que existe ya en la realidad ya en nuestros sueños, y confiar en que sí significa algo aunque nosotros no lo sepamos.
           Podemos decir entonces, y a modo de conclusión, que, al no ser un elemento necesario para establecer y mantener nuestras relaciones humanas (de pareja), el amor se ha convertido en un deseo supremo, perfección de ensueño y utopía —en la mayoría de los casos— irrealizable.