.el abc de la estupidez (publicado el 1º de marzo del 2016) es un texto sumamente inútil e inservible. Podría no existir y eso no afectaría el curso de la historia humana; o bien, podría sí existir y eso afectaría mucho menos. Como hablara Joaquín Mortiz del libro Movimiento perpetuo de Augusto Monterroso, éste es “uno de los pocos libros declaradamente prescindibles de todos los tiempos”.

Puede leer y descargar el texto totalmente gratis en el siguiente link: .el abc de la estupidez

P L A G I O S es el texto que sucede a .el abc de la estupidez y fue publicado el 29 de septiembre del año 128 d. H. (después de Hitler). Este texto es un himno, un homenaje, a los grandes autores pilares tanto de mi lectura ―y, por consiguiente, de mi escritura― como de mi ideología literaria. ¡Gloria y loor a mis maestros! Aunque no estoy a la altura de tan brillantes hombres, siempre puedo rendirles tributo y gratificación. ¿Y qué mejor forma de hacerlo que un gran cínico y descarado plagio?

Lea, descargue y plagie este texto en el siguiente link: P L A G I O S

HuMoRaLeJaS . . .(publicado en 2018) está más bueno, aunque también más inútil y menos simple. Este texto da evidencia del talento evolutivo humano para hacer complejas maravillas a partir de los absurdos más huecos. Si ya leyó los dos primeros libros, no lea éste; si no los ha leído, tampoco.

Link para leer y descargar el texto (aunque siempre puede ignorarlo a voluntad): HuMoRaLeJaS

Warning

Warning

October 21, 2016

Nada es necesario

(Clasificación A // Rated A)

Tanto temes al tiempo que todo se tuerce para pensar en pizcas de un poder pusilánime, maltrecho, mendigo, miserable y moderadamente muerto. Fatalistas felices fingiendo formular futuros gastados en guerras guirnaldas por gobiernos gustosos, bailando, bebiendo, bisando, bostezando y buscando lánguidas leyes lisiadas o lóbregamente lunáticas. Sabes que ser un sirviente sonriente es sucumbir rápidamente al regodeo de ritmos rodeados de ruidos banales, vestigios de vidas volátiles tan vulnerables. Dantescos delirios divagan dolidos y duermen carcomidos, queriendo quitarse las costras cuando nada es necesario... ni siquiera nosotros, nunca.

October 15, 2016

Cuenta regresiva

(Clasificación A // Rated A)

Diezmar y recurrir a la casa de Dios parece siempre la primera solución; nueve días después habrá tiempo para eso, pero por ahora debemos reír o chozpar con cantos y bailes de danzón cubano. Poesía lorquiana por si etéreo resulta nuestro destino; colorados colores prerrafaelitas porque se isomorfizan, al cabo, los ocasos y las auroras. No debemos temer ni cinco minutos, no debemos temer ni cinco segundos. Habrá mariposas, cuatrocientos brazos nos esperarán amorosos, habrá calor, entonaremos tresillos sincopados, beberemos vino, lloraremos de alegría. Entonces, dosificar nuestra energía vital en ligeros sorbos de paz es inútil, pues uno nunca sabe dónde o cuándo encontrará su propia muerte. He ahí la importancia de ser sincero.

October 01, 2016

El parteagüas de la vida // A watershed in life

(Clasificación A // Rated A)

Hace algunos años comprendí que vivir tiene implicaciones, que conlleva obligaciones y responsabilidades que no se pueden evadir. No se puede simplemente vivir, se debe aprender a vivir bien, a vivir con consciencia, con elocuencia. Por supuesto, siempre es igual, uno reconoce la vida sólo cuando se ha presentado la muerte.
        Sábado, diez de la mañana, el ocio en la existencia y el surrealismo en los sentidos. No había más opción: Metal Slug. Había que jugarlo. ¿No lo tienes? Hay que comprarlo. Salí con un camarada directo al bazar para comprar el condenado videojuego, ya que no había otra cosa productiva qué hacer en su casa.
      (En aquel tiempo, debo confesar, yo era estúpido e ingenuo. Ahora lo sé; ahora puedo reconocerlo. No estudiaba, no leía siquiera, no permanecía en un empleo por más de dos meses, malgastaba el dinero sobre todo en drogas y piratería, también robaba tiendas de abarrotes y minisúpers de vez en cuando, tenía sexo en todas sus variantes con todos sus fetiches y perversiones en cualquier lugar a cualquier costo y con la cantidad de personas que dispusiera. En síntesis, no me preocupaba, ni siquiera me interesaba, mi cuerpo ni mi alma ni mi mente, mucho menos mi consciencia ni mi destino. Pero es obvio, yo era estúpido e ingenuo.)
       Tenía ―aún tengo, de hecho― un Vochito rojo 2001. En una crisis familiar, mis padres decidieron vender su carro y otras cosas más, así que yo se los compré... bueno, les pagué por él, porque, claro, ellos no me cobraron el valor total del carro, sólo tomaron lo suficiente para salir de deudas y yo, pues, encantado acepté.
     Mi copiloto iba diciendo algunos chistes sobre gente que ambos conocíamos. Comenzó por los conocidos del barrio, luego siguió con los amigos, pasó a la familia y terminó con mi novia en turno. No fueron chistes comunes y divertidos, sino juicios despectivos e insultos infundados. Sin embargo, en aquel tiempo, todo me tenía sin cuidado. Yo reía de todo ―ora por las drogas y la falta de juicio ora por la estupidez e ingenuidad―, lo incitaba a continuar parloteando, reforzando su actitud insolente, como si estuviera de acuerdo con sus comentarios... y tal vez lo estaba.
         Así íbamos, en la euforia total del absurdo, cuando de pronto una camioneta blanca apareció en mi espejo retrovisor. Se acercaba cada vez más rápido. Me orillé un poco para dejarla pasar. Nos alcanzó. Nos rebasó. Pero, cuando lo hizo, rompió mi retrovisor lateral... se lo llevó, ¡lo destrozó! Lo que es más, el conductor no se detuvo para pagarme, ni siquiera para disculparse, en cambio, continuó su camino con la misma velocidad como si nada hubiera pasado, como si no le importara. Pero a mí sí me importó.
     Ésa fue la primera vez que algo me importó. No recuerdo haberle dado tanta importancia a algo ―o a alguien― en toda mi vida. Por alguna razón que ahora no alcanzo a comprender, esta situación tenía más sentido que pensar en mi madre agonizando en el hospital o en mi padre encerrado en la cárcel o en mi hermano infectado con el SIDA o en mi novia embarazada. Por primera vez en toda mi vida, encontré algo por lo que valía la pena luchar: un espejo retrovisor de setenta pesos.
       Frené. Cerré los ojos. Inhalé. Abrí los ojos. Exhale. Abrí la puerta con calma. Recogí mi espejo hecho pedazos. Regresé al auto. Y, en un instante, dejé de ser yo. Estaba furioso. Mi corazón palpitaba al ritmo del infierno. Los tambores de guerra sonaban en mi pulso. Mis ojos estaban rojos y exasperados. Mis nervios alerta. Mi respiración acelerada. Mis sentidos despiertos. Y el pié derecho presionando el pedal del acelerador al máximo.
      Mi copiloto gritó “¡Quiébratelo, cabrón!” y es justo lo que tenía pensado hacer. Además, no sería la primera vez que nos quebráramos a alguien, y ambos cargábamos siempre nuestra pistola. Entonces, le expliqué que iba a alcanzar la camioneta por la izquierda y después, justo cuando me le emparejara, sacara su pistola y apuntara bien. Se lo dije no como petición ni sugerencia, sino como orden, “¡Gástale un pinche plomazo al pendejo, güey!” y es justo lo que tenía pensado hacer.
      Mi Vochito rojo 2001 llegó a cientocuarenta kilómetros por hora. A poco, alcanzamos a la camioneta. Estabamos a punto de ponernos en posición cuando, inesperadamente, apareció un camión enorme frente a nosotros y, eventualmente, nos estrellamos...
         Pasé tres meses en el hospital, inconsciente. Al despertar, me dieron tres noticias: (1) mi copiloto había muerto en el accidente; (2) mi madre había muerto pocos días después del accidente; (3) mi novia había abortado a nuestro hijo, y creo que se mudó a otra parte porque jamás la he vuelto a ver.
         El mundo sigue igual de mal que entonces. La vida, mi vida sigue igual de mal que entonces. Pero no yo. Yo no soy el mismo que entonces. Ahora estudio una carrera universitaria, tengo un trabajo digno, no gano mucho pero es suficiente y sobre todo honesto, soy soltero ―bueno, claro, ¿quién merecería estar con un bastardo como yo?―, ya no consumo drogas, ni siquiera bebo cerveza o tequila o cualquier cosa que tenga alcohol, sí fumo a veces un cigarro pero sólo de vez en cuando, es todo. Nada en mi mundo es diferente, pero yo sí lo soy. Por ello, me atrevo a estar aquí: vivo y aprendiendo a vivir.

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

We humans will never learn to live ―not just to live, but to live well―, at least, until we be conscious of the implications (obligations and responsibilities) that life implies. This is what I overstood when I was due to die some years ago.
            It all happened one Sunday morning at ten o’clock approximately. I was going to the town’s bazaar with a close friend of mine to buy some video games ―specifically Metal Slug, I remember. Before doing so, we were in his house doing nothing.
            (By that time ―I must confess―, I was stupid so as ingenuous. Of course, that is what I think nowadays, for back then it was all different. I was not studying anymore; I did have a job, but it was not productive, and I misused every peso I earned; I used to do drugs; from time to time, I robbed a store or two; I had sex in all its variants, with all its fetishes, at any place, at any cost; I did not care about my health, my wealth or my death. I was stupid so as ingenuous.)
            My car was ―actually, it still is― a red Vocho 2001. I gained it from my parents; when they were in bankrupt, I bought... paid them for the car. Obviously, they did not charged me the real amount, but they accepted to receive enough money to pay their debts. A fair treat, I would say.
            My co-pilot was telling funny jokes about people we both met. Those were not only funny jokes, but also insulting judgements. Naturally, I was loling and encouraging him to continue, which reinforced his attitude and comments. He revised my whole family and friends; he spoke of my girlfriend in turn likewise. But I did not care. In those times, nothing was of my importance whatsoever.
          Suddenly, a large white van appeared in my rearview mirror. It was coming closer and closer, faster and faster. Before it reached my trunk, I pulled over in order to let it pass with no difficulties. It overtook us, indeed. Nonetheless, when it did, it pulled my left wing mirror off. What is more, it did not stop to pay ―nor, at least, to apologize― and kept its way and speed as if nothing had happened (or as if it did not care at all). But I did care.
            That was perhaps the first time I cared about something. I do not remember quite clearly if I had given so much importance to somehting (or someone) in the past as I did that day. However, it made more sense for me than my dying mother, my jailed father, my aids-infected brother or my pregnant girlfriend. For the very first time in my whole life, I found something worth fighting for: a seventy pesos mirror.
            I openned the door calmly and picked up the pieces of my mirror’s plastic base. I was furious. My heart was filled with anger. My eyes turned red. My nerves pulsed higher. My breath got accelerated. My senses got excited. And I pushed the gas pedal the deepest.
            My friend shouted “¡Quiébratelo, cabrón!” and I agreed. That was not the first time I would crack somebody. Besides, I was completely sure my companion had brought a gun with him. Thus, I explained to him that I was going to overtake the van by the left; later, right in the moment we were paired off, he should take out the gun and shoot. I ordered him “¡Gástale un pinche plomazo al pendejo, güey!” and he agreed.
            My red Vocho 2001 was flying at a hundred-and-fourty kilometers per hour. We were about to reach the van when, unexpectedly, a bus appeared right in front of us and, eventually, we crashed...
            I spent three months in the hospital. My friend died ―so as my mother did. My girlfriend aborted our child and left the city. My brother is still infected with aids. And my father has gone out of jail... he is probably back in crime.
            But now I am not the same I was then. I am studying a university major. I have a honorable job. I am single ―well, no girl deserves to be with the bastard I am. I do not do drugs anymore; I do not even drink a single drop of beer. I am healthy and wealthy. In sum, I dare to be here: alive and learning.