(Clasificación B // Rated B)
El sábado 25 de
mayo (2019) tuvo lugar el IV Encuentro BABEL en la ciudad de Pátzcuaro, Michoacán.
Yo (Kobda Rocha) fui invitado por parte de ENd0RA Ediciones. Confieso que,
aunque uno siente alegría de estar allí, me sentí intimidado por dos grandes
fuerzas literarias: 1) los escritores [vivos] con quienes me habría de encontrar en el evento, y 2) los
escritores [muertos] a quienes tendría que hacer honor, estando al nivel de
su talento. Si lo logré o no, es un juicio que deberán hacer los críticos y
literatos; para quien guste criticar y/o comparar, dejo aquí dos poemas
maravillosos nacidos en Pátzcuaro.
El primero es un
poema grabado en la entrada del Restaurante-Museo Casa Pátzcuaro. El poema está
inscrito en la pared en un español antiguo muy refinado, académica y
gramaticalmente hablando; así que hago a continuación una transcripción —acaso
traducción— al español mexicano moderno. Como preámbulo, sería bueno mencionar
que Vasco de Quiroga es un personaje vertebral en la historia de Pátzcuaro;
partiendo desde La Casa de los Once Patios hasta la plaza principal, la cual
lleva su nombre, Vasco de Quiroga no sólo es recordado respetuosamente como protagonista
importante sino también es añorado nostálgicamente como humano querido.
T a t a V a s c
o
Gonzalo Chapela
y B.
Yo no sé, Tata
Vasco, lo que hoy me ha pasado.
Llevo dentro del
alma un sollozo angustiado
por ignotas
nostalgias que no puedo expresar;
si será la
caricia del antiguo paisaje,
si serán las
canciones que musita el oleaje.
Yo no sé, Tata
Vasco, qué me puede pasar.
Pero si tú lo
sabes porque tú me conoces,
porque siento en
mis versos las pretéritas voces
de la raza que
amaste con amor paternal…
Yo soy uno de
aquéllos que tus manos besaban,
yo soy uno de
tantos que en tus labios hallaban
la promesa
sublime de una dicha inmortal.
¿Me recuerdas,
don Vasco? El más triste de todos
tus inditos
manchados de pecados y lodos,
de recuerdos y
ensueños, de esperanza y dolor.
Ése soy, Tata
Vasco, añoranza perdida
de la huérfana raza
que marchita su vida
siglo a siglo
esperando que retorne el pastor.
He tendido las
redes de mis sueños de oro
por buscar en el
fondo de la vida el tesoro
de una dicha
imposible. Tú lo sabes, señor.
Y al mirar que
la estéril sucesión de los días
me ha dejado muy
solo, con las manos vacías,
¡cómo te echo de
menos, viejecito pastor!
Siento hablar en
la triste palidez de mis versos
a los indios que
un día encontraste dispersos,
ocultando en los
montes su infinito pavor.
Ese suelto
sollozo, y mi angustia callada,
es la misma que
sienten los que no tienen nada
desde que te
marchaste… ni riqueza ni amor.
¡Volverás! Me lo
dicen las estrellas de plata
cuya luz hecha
verso nuestro lago retrata
tu celeste
plegaria repitiendo quizás.
Necesito que
tornes, me hace falta que vuelvas,
que otra vez a
mi raza con plegarias envuelvas.
Yo lo sé, Tata
Vasco, ¡volverás! ¡Volverás!
El segundo es un
poema que se encuentra escrito en la entrada del panteón. El Humilladero es un
recinto religioso que alberga un enorme Cristo crucificado donde los viadores
debían arrodillarse, agachar la cabeza, lamentarse y orar por sus respectivas
existencias; en otras palabras, humillarse
ante la cruz. Sin embargo, este poema es posterior a los tiempos más rígidos de
la cristianización de la ciudad, y da al cementerio un sentido un poco más filosófico
de la muerte —abiertamente a la teología en general— sin quitar jamás su
función de escarmiento para humillarse ante él.
Postraos que aquí la eternidad empieza
y es polvo la mundanal grandeza
Manuel de la
Torre Lloreda
Ésta es, viador,
la casa universal,
la perpetua,
común, bendita morada,
donde viene a
parar todo mortal,
tarde o
temprano, al fin de la jornada.
No pases, pues,
de este funesto umbral
sin que te
acuerdes que eres polvo y nada
y de aquí, sin
poderlo resistir,
otra vez has de
entrar y no salir.
Oh, tú, mortal, que
con curiosa planta
visitas esta
lúgubre mansión,
un momento del
mundo que te encanta
olvida la falaz,
vana ilusión;
y al contemplar
aquí víctima tanta
de toda edad,
estado y condición,
llora el estrago
y triste consecuencia
del funesto
apetito de la ciencia.
Aquí yacen los
niños que importuna
robó la muerte
al comenzar la vida,
mas no le llames
tumba sino cuna
o tumba que a la
cuna está reunida;
pues si no lo
adviertes bien, sin duda alguna,
no es fácil que
el problema se decida:
si muriendo
dejaron de existir
o empezaron
entonces a vivir.
Aquí acaba el
poder, aquí la ciencia,
aquí la vanidad de
la hermosura,
la lucha sin
cesar por la existencia,
la ambición por
el oro y la aventura;
desde aquél que
en la edad de la inocencia
vislumbra de la
vida la luz pura
hasta el que
llega a la vejez cansada
se convierten
aquí en polvo y nada.
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