Qué te vas a acordar, Isabel,
de la rayuela bajo el mamoncillo de tu patio,
de las muñecas de trapo que eran nuestros hijos,
de la baranda donde llegaban los barcos de La Habana cargados de...,
de cuando tenías los ojos dorados
como pluma de pavo real
y las faldas manchadas de mango.
¡Qué va!
Tú no te acuerdas.
En cambio yo —no lo notaste hoy,
no te han contado—
sigo tirándole piedrecillas al cielo,
buscando un lugar donde posar sin mucha fatiga el pie,
haciendo y deshaciendo figuras en la piel de la tierra,
y mis hijos son de trapo y mis sueños de trapo,
y sigo jugando a las muñecas bajo los reflectores del escenario.
Isabel, ojos de pavo real,
ahora que tienes cinco hijos con el alcalde
y te pasea por el pueblo un chofer endomingado,
ahora que usas anteojos,
cuando nos vemos me tiras un "¿qué hay de tu vida?"
frío e impersonal...
como si yo tuviera de eso,
como si yo todavía usara eso.
Antonio Plaza
Si de la aurora diamantina
se dibujan los célicos albores,
los pájaros del viento moradores
al éter mandan su canción divina.
Y si el sol orgulloso se reclina
sobre un lecho radiante de colores,
llenas de amor carminadas flores
entreabren su corola purpurina
Todos tienen un ser que los comprenda.
Yo, al vicio y la virtud indiferente,
aislado cruzo la maldita senda
cual se arrastra en las rocas la serpiente;
mas tengo un alma de vivir cansada
que ni al cielo ni al mundo pide nada.
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Vergüenza
Gabriela Mistral
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