(Clasificación C // Rated C)
¡¡Yo no sé a quién se le ocurrió
poner esos miaderos en los baños!!
Comenzaré por explicar qué cosa es eso,
porque seguramente usted es mujer y tal vez jamás haya entrado a un sanitario
público para hombres o quizá no tiene idea de lo que hay ahí. Si usted es
hombre, pues ya los conocerá.
Un
baño público (de hombres) regularmente está muy sucio, es asquerosamente
antihigiénico y apesta a coladera urbana o a tiradero de basura en tiempos de
lluvia, más o menos algo así. Nunca hay papel, y cuando hay es mejor no usarlo
―no vaya a ser la de malas. Si hay jabón en el lavamanos, parece detergente
lavatrastes; pero casi nunca hay. En los últimos años, han puesto dispensadores
de condones: insertas una moneda de cinco pesos y la máquina arroja un condón
sellado. A grandes rasgos, eso es un baño público de caballeros. Lo mejor de
todo es que hay unas zanjas de aluminio ―imagínese un bebedero de caballos,
pero hecho de fierro en lugar de madera o piedra― donde los gentlemen orinan.
Bueno, al menos, eso es lo que he visto que hacen. Sinceramente, no estoy
seguro de que sólo sirvan para eso; no sé, por ejemplo, si se puede cagar allí.
En realidad, es difícil imaginar cualquiera de las dos. El nombre oficial creo
que es urinario, porque se orina
allí; aunque algunos lo llaman mingitorio,
porque se minge ahí ―o como sea que se diga eso de la micción―; y también lo he
escuchado llamar meadero, porque ahí
es donde se mea. En fin, estos muebles están colocados a, cuando mucho,
cincuenta centímetros del suelo, es decir, lo más alto que llegan es a las
rodillas, pero incluso hay algunos que están puestos a ras del suelo.
Piense
en esto por un momento, elabore una imagen mental de lo que describiré a
continuación, pero trate en serio de visualizarlo, haga su mayor esfuerzo por
crearlo en su mente:
Usted
entra al sanitario. Se para junto al miadero. A un lado suyo ―digamos, del lado
derecho―, hay un hombre orinando. Baja la bragueta de su pantalón. Saca su
pene. Orina. Mientras orina, llega otro hombre, se para a su lado izquierdo y
lleva a cabo el mismo procedimiento que usted hace unos segundos. ¿Puede
imaginarlo? Algún día haga lo siguiente: tome una botella con agua, colóquela a
la altura de su pubis, destápela e inclínela para dejar caer el agua al suelo,
simulando ser un pene orinando. Tras llevar a cabo este ejercicio, notará que
siempre salpica. ¡Es lógica simple! Un líquido cayendo a esa altura siempre
salpicará. Simple física. Movimiento y desplazamiento. Orinar en los miaderos provoca
que se salpique los pantalones con sus propios miados; y eso ya sin pensar en
los hombres que están orinando junto a usted, porque también los salpicará a
ellos y ellos a usted. Así, terminará con los pantalones llenos de orines suyos
y de otros; y eso, pensando en que corrió con la buena suerte de no toparse con
una gota perdida (suya o de ellos) que voló y se posó en su pene o en sus
testículos, o más arriba, en su playera, en sus manos, en su barbilla, en su cabello,
yo qué sé; con la fuerza suficiente, podría caer en su boca o en sus ojos. Sólo
piénselo.
Yo no sé a quién se le ocurrió esa idea,
y tampoco sé por qué se sigue cometiendo el crimen de colocarlos en los baños
públicos, y tampoco sé por qué los caballeros los usan. No, aguarde un segundo;
eso sí lo sé. La verdad ―a riesgo de ganarme la antipatía de mis compatriotas
masculinos (y quizá de algunas damas también)―, en Méjico, los hombres somos
unos puercos asquerosos. Sí, leyó usted bien, los mejicanos somos unos cerdos,
unos cochinos marranos.
¿Sabía
usted que la mayoría de hombres no se limpia el pene después de orinar? Es
cierto, no lo hacemos. Cuando mucho, se sacuden el pene. ¡Es hilarante! En
serio, no estoy jugando. Parece broma, pero no lo es. Esto no es una ficción.
Los caballeros, al terminar de orinar, sacuden su pene arriba-abajo como si
fuera una campana o como si fuera la cosa esa que usan los curas para echar
agua bendita. No se ría, es verdad. Imagínese que en una désas, una gota llega al
techo y se queda suspendida ahí, luego usted entra y justo en ese momento, la
gota cae sobre su cabeza.
Jamás
conocí un miadero desos en mi casa o en la casa de cualquier familiar o
conocido. Para mí, es más cómodo buscar el excusado y miar sentado. Porque el
que orina de pie en un retrete se arriesga a la misma cochinada.
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