(Clasificación A // Rated A)
Los poetas andan
siempre buscando el amor infinito de una mujer infinita; lo buscan con tanto
empeño que desean jamás encontrarlo. No así los escritores ―porque no es lo
mismo escritor que poeta, entiéndase ya de una vez bien
eso―; ellos, por lo general, nunca buscan el amor infinito ni la mujer infinita
y, por la misma razón, casi nunca lo (ni la) encuentran.
Lo común es (1) encontrarse con una
poetisa o escritora que no anda buscando amor ni hombre, acaso porque a) sabe
que no existe el amor infinito y para qué conformarse con el amor mortal que
cualquiera puede llevar a cabo si los poetas y escritores―corrección: si las
poetisas y escritoras estamos hechas para algo más que simple amor; o porque b)
sabe que no existe el hombre infinito y, para porquerías, mejor me hago
lesbiana―corrección: descubro que soy lesbiana―corrección: acepto que siempre
he sido lesbiana; o porque c) sabe que no existe el amor en el
hombre―corrección: sabe que existe el amor, pero no en el hombre y mejor me
regreso a “b)”; o, en todo caso, (2) encontrarse con una mujer infinita de amor
infinito, quien no es poetisa ni escritora y cómo un poeta o escritor como yo
va a terminar con una mujer que no sabe versar ni versificar ni crear ni nada
bueno porque no es poetisa ni escritora ni artista ni nada de eso en donde se
encuentran a las mujeres infinitas y pues ella no es y que, aunque fuera, no
sería para mí.
Eso es lo común. La extrañeza, en
cambio, es encontrar el amor infinito y/o la mujer infinita... y reconocer que
están ahí.
Mas, como ya no estamos en tiempos
de llorar al amor o de morir de amor o de sentir amor siquiera, los poetas
ahora dicen que no les importa y que ni lo andaban buscando. Mientras tanto,
los escritores, últimamente todos ellos, andan encontrando amor ―tal vez no el
infinito, pero amor al menos― y mujer ―tampoco infinita, o quizá sí, quién
sabe― menos tú. ¿Por qué será? Te preguntas. ¿Será porque no soy de los buenos
escritores? ¿Será porque nunca escribí un Bestiario? ¿Será... por qué será,
¡maldita sea!?
Nunca lo buscaste, pero te tortura
ver que los demás lo encuentran. ¿Y qué más da? ¡Bien por ellos! Te das ánimos,
pero sabes que no estás triste ni decepcionado porque no te sientes mal ni
estás solo. El problema no eres tú, son ellos; ellos que rompieron las reglas
¿cuáles reglas? estás loco, no hay reglas para eso ¿cómo no? si lo acabas de
escribir en el primer párrafo y entonces yo estoy bien ¡ellos son el problema!
Y te repites una y otra vez que son los tiempos, que todo ha cambiado y ahora
los escritores corren con mejor suerte que los poetas ¿y por qué yo no?, ¿por
qué a todos les va bien menos a mí? Y recuerdas que es porque no eres buen
escritor, y te lamentas, no porque no seas buen escritor, sino porque siempre
quisiste serlo.
En fin, ya a estas alturas de la
vida (y del fracaso), te duele más haber andado siempre buscando ser un buen
escritor que nunca haber buscado amor... ni mujer.
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