(Clasificación A // Rated A)
«Inmortales
mortales, mortales inmortales, viviendo la muerte de aquéllos, muriendo la vida
de aquéllos.»
El fuego
permanece, el mundo en llamas quedará y todo en él arderá hasta las cenizas. El
hombre en su interior, en su centro, al igual que la Tierra, no es sino fuego,
lumbre, chispa y llama. La sangre es roja, candente y abrasadora como la piel
del infierno; el derrame sanguíneo enciende la humeante voracidad de los mil
demontres. Es fuego la avaricia; es fuego la codicia; es fuego la ambición; son
el poder y la riqueza un incendio inextinguible. La paz sólo es una mecha
corta, un pabilo carbonizado sobresaliendo en dos centímetros de un barril de
ochenta kilogramos relleno de pólvora, rechoncho de explosivos, obeso de
humanidad.
«La guerra es
común a todos; la justicia es discordia. Y todas las cosas se engendran por
discordia y necesidad.»
¿Qué busca el
humano al cavar una mina? ¿Qué se obtiene al cavar una tumba?
¿Qué se pierde al
morir? ¿Qué se gana al matar?
Si la sangre, el
sexo y el oro son partículas de poder, felicidad y éxito, ¿qué diablos conforma
la poesía, la virtud y el amor?
«Si la felicidad
estuviera en los deleites del cuerpo, llamaríamos felices a los bueyes cuando
encuentran legumbres para comer.»
He aquí la voz del ingente, magnánimo e incendiario Heráclito
(544 – 484 a. C.) “El filósofo del fuego”.
«Si no existiera
el sol, por lo que respecta al resto de los astros, siempre sería de noche.»