(Clasificación A // Rated A)
Ha unos pocos días me encontré con una pequeña librería en un pueblito donde hacen falta tantos servicios que resulta complicadísimo pensar que alguien vendiera libros. Sin embargo, yo sentí una alegría extensa al ver que, a pesar de tantas carencias, los pobladores del lugar tienen la oportunidad de acceder a los libros. Quien quiera discutir sobre economía, analfabetismo, lujo, capitalismo, necesidad, pobreza, conocimiento, oportunidades o cosas por el estilo, ¡adelante!, no me opongo. No obstante, yo he preferido concentrar mi reflexión en el hecho literario.
Entré animado, charlé con el librero, revisé el repertorio y... Oh, gran impacto: muy poca variedad, casi no había contenido de calidad, la mayoría eran libros desechables y caducos (diccionarios, libros escolares, revistas viejas). De pronto, llegar a Rulfo, Eraclio Zepeda, Fernández de Lizardi, Bécquer, Rousseau, Melville y unos incompletos Diálogos de Platón me hizo suspirar de sosiego y alivio (al menos algo había). Entre los diez grandes libros de esta librería, había dos antologías poéticas y un libro titulado abraPalabra de una autora para mí entonces desconocida, Blanca Estela Domínguez Sosa.
No comprar fue mi primer impulso, y no porque pensara que no hubiera nada bueno o que no valiera el gasto, sino porque sentía que sería muy egoísta de mi parte llevarme algo (de por sí hay poco y luego un extranjero se lo lleva, me parecía una grosería). Sin embargo, el dueño me dijo que la venta era muy baja (porque lo que más vendía eran revistas y su precio es de cinco pesos, lo cual es obvio que no alcanza para nada ni aunque venda diez en un día... y esa sería ya una gran venta) pero que no cerraba porque tenía fe en que la gente del pueblo tarde o temprano se interesaría por la lectura y que era su deber procurar proporcionarles esa alternativa.
Entonces, finalmente lo decidí: le doné algunos libros que traía en la mochila (La inreíble y triste historia de la Cándida Eréndira y su abuela desalmada de García Márquez, unos Cuentos completos de Julio Cortázar, una edición de aniversario del Movimiento Perpetuo de Monterroso que acababa de comprar y ni siquiera me dio tiempo de abrir y, claro, los librazos de Kobda Rocha...) y le compré el abraPalabra.
No diré por qué ni crearé discusiones insustanciales; sólo puedo decir que el libro no me gustó... salvo un texto que transcribo a continuación (y que, de hecho, me encantó):
Metamorfosis
La creación transformó al hombre en poeta. Destruyó su
tranquilidad agudizando sus percepciones, regodeándolo en la desgracia y el
placer.
Las
circunstancias habrán querido que tú fueras artista, que sufrieras por todos,
que a través de tu cuerpo se filtrara la desgracia, se purificaran las almas,
se solidificaran los pensamientos en creación poética.
Un destino
que desconocemos te escogió para que seas el médium entre la tierra y las
fuerzas cósmicas, entre la realidad y la imaginación, entre la vida y la
muerte, entre el arte y el artista, entre tú y el mundo.
Tomaste de
la poesía el principio y la haces oír asombrosamente, pensándola luego en
términos de escritura; reconoces que su génesis no viene más que del gesto
absurdo de vivir y la vana tarea de escribir. Pero acaso sea la única
alternativa para entretener nuestra mente, la construcción fantasmagórica y la
mitología espontánea que me inventas para sobrellevar el paso de mis días, para
explicarme con alguna quimérica exploración intelectual mis dudas acerca de
todo, mis fulgurantes visiones, los enigmas de mi propia condición de mujer,
que finalmente los pensamientos que suscitas, las preguntas, son el precio por
pensar.
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